Por Marina Zucchi

Veinte años pasaron desde que bajó del barco con su grabador amarillo y sus 300 pesos para alquilar una pieza en Güemes y Gurruchaga. 16 años y 16 mil deseos. Un beso a los padres y en los ojos de ellos el dictamen del nido vacío. Los fines de semana el barco dibujaba camino inverso. Buenos Aires-Montevideo. La valija se aireaba unas horas y el domingo volvía a pesar el doble. Adentro iban los sueños: “Antes quería comerme el mundo”, baja las pestañas Natalia Oreiro hasta dar con el recuerdo de la ambición. Y las levanta como telones: “Quería comerme el mundo... Ya no”.

‘La mirada, Natalia’. Se lo había prevenido Eduardo Mignogna mientras la dirigía en Cleopatra: ‘Es lo único que necesitás para que te crean en el cine. No importa qué otra cosa tengas’. Así que implementó el mantra, afiló la mirada, barnizó las pestañas, y aquí anda ya por su décima película.

Wakolda, de Lucía Puenzo -que estrenará el jueves-, pone el ojo en un borde de la vida de Josef Mengele, el médico nazi conocido como “El ángel de la muerte”. La novela homónima de Puenzo hace zoom en el paso del nazi por Bariloche y sus experimentos con una niña con problemas de crecimiento. A Oreiro se la escucha en un sólido alemán.

Frente al Cementerio de la Recoleta, en un cuarto piso, hay una suerte de aeropuerto blanco sin aviones. Un no lugar. Contrastes benditos de la ciudad. De un lado de la calle, descansa el alma de actrices míticas como Zully Moreno o Blanca Podestá. Del otro, las pantallas de un megacomplejo de cine encierran para siempre la palidez de Oreiro.

La Patagonia. Una madre abnegada que vuelve al paisaje para reabrir una hostería (Eva, Oreiro). Un viajero hermético que guarda una perversión (Alex Brendemühl). Un esposo fabricante de muñecas (Diego Pere-tti). Una agente secreta (Elena Roger). Una adolescente que aparenta de nueve pero pasó los doce (Florencia Bado). Entremedio, la atmósfera paradisíaca del fin del mundo adosada al modo escalofriante de un nazi obsesionado por ideas de “pureza y perfección de la sangre”.

Después de esa familia montonera de “Infancia clandestina”, otra vez caés en una historia con intenso trasfondo. A 20 años de tu desembarco, ¿Hay una sensación de carrera bien administrada?

Totalmente. Otra vez una historia que cuenta una parte nefasta de la historia universal. En este caso la participación argentina en abrirle puertas a muchos nazis. Vi películas que remiten: Los niños del Brasil.

El niño con el piyama de rayas, La lista de Schindler, La vida es bella, La cinta blanca. Este es un cuento bellísimo. Escalofriantemente bello. Un thriller psicológico enclavado en un edén. Por donde mirás, la película es hermosa. Desde la reconstrucción de época al juego con las muñecas.

El juego estético con las muñecas. La metáfora atroz de la perfección humana, de la “fabricación” de seres a medida. ¿Qué viene a contar tu personaje?

Cuenta cómo internamente se empieza a generar un cambio en una persona. Viene de crecer en Bariloche. Se enamora de una persona diferente a sus ascendientes y cuando decide regresar en familia a la Patagonia toma desde ahí las riendas. Impone que este forastero finalmente se quede y media entre su marido y este tipo para que de alguna manera se relacione con su hija en forma médica. De alguna forma entrega a su hija para un experimento y eso es lo que más me cuesta entender de ella.

Hay un arco interesante en tu carrera en el cine desde “Un argentino en Nueva York”, a fines de los ‘90, a estas mujeres trágicas. ¿Que sensación aflora cuando te ves en retrospectiva?

En Un argentino...tenía 19 años. Gracias a Dios (se ríe), crecí. Eso estaba muy bueno para aquel momento, pero yo me quería convertir en otro tipo de actriz. No quería quedarme con la chica carismática. Me da ternura y al mismo tiempo pienso No pasó hace tanto . Estoy en paz porque siempre elegí. No puedo decir Me llevaron a hacer algo . Cada proyecto tuvo que ver con una elección de ir a donde creía que tenía que ir. Fui armando mi estrategia, con mayor o menor acierto.

¿Qué resultó de esa estrategia?

Uno elige toda la vida, pero a los 24 años, más o menos, tuve que decidir si quería seguir expandiéndome o pulir lo que tenía. Y preferí pulir. Tuve una revisión de lo que yo era y quise profundizar más eso. Me empecé a dedicar más al cine. Viajaba mucho, me ofrecieron irme a vivir a los Estados Unidos, continuar con una carrera pop. Y yo no sentía que era eso. Nunca quise ser una bomba latina. Iba perfilada un poco a eso. Pero eso iba a caducar.

La ya no “bomba latina” -que a fin de año plantará huella en Moscú, San Petersburgo y Polonia como una Shakira oriental- estudió alemán durante dos meses y se adueñó de su fonética. Amamantaba a Merlín a orillas del Nahuel Huapi, mientras su esposo Ricardo Mollo practicaba la paciencia en un rodaje complejo que exigió una suerte de mudanza.

Después de todo, para la estrella de Solamente vos (El Trece) una mudanza es como una colección. Contabiliza unas 40 en 36 años de vida. “Me acuerdo perfectamente de la mudanza sola a Buenos Aires cuando me creía toda una mujer”, dibuja el aire con los brazos y acuña el concepto de “años luz”: “Se me salía el corazón. Quedé elegida para la telenovela Inconquistable corazón y mis padres me acompañaron dos días para ayudar a instalarme. Después, me las arreglé sola. Lloraba los fines de semana cuando regresaba porque veía en los ojos de mi papá la angustia de la pérdida de su nena. ¿Pero sabés? Me duraba diez minutos hasta salir de la terminal. Antes quería comerme el mundo. Ya no”.

¿Y ahora? Ricardo Darín declaró hace unos días “Ser famoso es una cagada”. ¿Abonás a la teoría?

La fama no tiene ningún punto bueno. Es la consecuencia extrema de la elección de vida que tomaste. Pero es algo de los otros, lo que los otros ven de vos. No es algo que vos llevés adentro. Uno no puede hacer nada con eso que el otro ve. Yo no soy muy sociable. Soy bastante casera. Si me decís cuál es mi mundo ideal: debajo de un árbol durmiendo una siesta. O haciendo repostería. O cuidando la huerta. Este año tengo un poco de acelga, espinaca, unas frutillas chamuscadas, salvia, tomillo, orégano, perejil. Siempre plantaba de todo, pero con tanta televisión, mi huerta está precaria.

Veinte años después algunas otras siembras han dado sus frutos. “Me salvé de ser una bomba latina”, se ríe Oreiro, en el “aeropuerto” blanco. La valija, ahora pesa menos.