"Adiós, mamá", le dice con entusiasmo contagioso su hijo Atahualpa (4), que irrumpe con una bicicleta sin pedales en medio de la producción fotográfica. Con total naturalidad, Natalia Oreiro (39) desarma por un instante su pose, lista para el flash, y lo corretea por el jardín hasta fundirse en un largo abrazo, llenarlo de besos y desearle que se divierta en su salida. La estrella y la madre conviven con armonía. Al menos eso parece. "Estoy en una etapa muy especial, siento que se diversificó mucho mi profesión, que es algo precioso, pero por momentos colapso como mujer", le dirá más tarde a ¡Hola!, ya dentro de la casa que ocupa en el hotel Fasano Las Piedras de Punta del Este. "Amo mi trabajo, pero acabo de decir que no a dos películas porque quiero estar en todos los momentos importantes de la vida de Ata. Me gusta llevarlo al jardín de infantes, tengo una relación muy fluida con las madres y padres de sus compañeros, hacemos cosas juntos. Hace poco nos fuimos como treinta padres a Tandil, porque Ricardo [Mollo, 58, su marido] tocaba con Divididos. Estuvo buenísimo".

–¿Cómo surgió la idea?

–Una mamá propuso ir a Tandil porque tiene familia allá, yo comenté que tocaba Ricardo y alguien dijo "entonces, vamos todos". Los chicos fueron a la prueba de sonido, se subieron al escenario, tocaron los instrumentos y a la noche estuvimos todos en el recital. Fue muy emocionante y si alguno tenía algún interés musical latente seguro se le despertó. A Divididos lo sigue gente de todas las edades, así que esta fue la primera vez que nos pasó esto del intercambio generacional. En la medida de lo posible, nos encanta acompañarnos en nuestros viajes.
–¿Cómo vivió Atahualpa semejante movida?

–Muy bien. Él va a un jardín muy simple, con una visión muy amplia y no somos los únicos padres músicos y actores. Nos gusta que él entienda que nuestros trabajos son eso: trabajos. Así lo vemos nosotros.

–¿Sigue pensando en ser músico?

–Hoy, por ejemplo, me dijo que va a ser rockero, pero otro día le pinta astronauta o jardinero. Que sea lo que quiera, nosotros lo vamos a acompañar.

–Recién decías que, por momentos, colapsás como mujer…

–Vengo colapsando desde hace tiempo. [Se ríe]. Hice Solamente vos con Ata chiquitito, dándole el pecho, y apareció Juan José Campanella con un proyecto buenísimo, Entre caníbales, y no quise perdérmelo. Después llegó Gilda, que me involucró mucho el cuerpo, la mente y el alma y que hace años soñaba con protagonizarlo. Hago malabares, como todas las madres que trabajan.

–¿Sentís culpa?

–No. Siento ganas de estar con mi hijo porque crece muy rápido. Quiero tomarme las cosas con más calma, pero no sé cómo hacer. Hago cine, hago música, hago ropa y con mi hermana acabamos de abrir la quinta tienda, en la avenida Alvear. También soy la nueva embajadora de Avon porque, más allá de la belleza, tienen muchas campañas de concientización para la mujer que me interesan.

–¿Atahualpa te reclama?

–A su manera. El otro día me dijo: "Cuando sea grande voy a trabajar poquito. Voy a hacer algo con lo que pueda comprar juguetes pero que me deje tiempo para jugar mucho con mis hijos". Me mata. Yo viajo mucho y me lo llevo un montón conmigo. Y cuando no puede venir, me llevo un pijama de él para sentirlo cerca. Creo que cuando éramos chicos nuestros padres por ahí no registraban tanto esto. Mamá era peluquera y papá era viajante. Estaba bien visto que trabajaran mucho. Obviamente, hago lo que me gusta hacer, eso no lo transo, pero entiendo que los hijos necesitan a sus padres y yo como mamá y mujer también necesito estar con él más tiempo. No sé si será la edad.

–¿Te empieza a afectar el paso del tiempo?

–Me canso más. Lo que me planteo es el ritmo, porque la vida es corta. Pero, como te decía, tengo la suerte de que Ricardo y Ata me acompañan muchísimo. De hecho, acá nos instalamos para que yo coconduzca los premios Platino. Para mí es un honor que hayan pensado en mí, y encima es en mi tierra.

–La transformación física que hiciste para protagonizar Gilda fue impresionante, adelgazaste bastante. ¿Cómo la lograste?

–Es parte de mi trabajo. Lo hice bien lento, debo haber bajado cinco kilos. Ella tenía piernas muy flaquitas. Si bien soy vegetariana, las harinas me encantan, así que muy de a poco fui suspendiendo entre semana las pizzas y la pasta y también los chocolates. Dejé harina y chocolate sólo para los fines de semana y trabajé especialmente las piernas con mi entrenador. No me gusta ir al gimnasio, por eso siempre traté de que lo físico fuera acompañado con los proyectos que tenía que hacer. Así, a lo largo de los años, fui haciendo circo, boxeo, baile. Ahora sigo con elíptico y un poco de pesitas, dos veces por semana. Yo soñaba con interpretar a Gilda, pero me faltaba experiencia de vida. A veinte años de su muerte, los planetas se unieron y ella tuvo ganas de que sucediera. Tenía claro que no quería que fuera una película hitera, sino que contara como un hecho cinematográfico, la vean donde la vean. Lo interesante es cómo una mujer de 30 años, con una vida estable, maestra jardinera, decide cumplir un sueño de la infancia. En eso me identifico mucho porque para mí nunca es tarde. ¡Y hasta aprendí a tocar la guitarra y el piano! Debo decir que tuve el mejor maestro. [Se ríe]. Ya había tocado en dos giras mías un par de canciones, pero no es mi fuerte, así que Ricardo me tuvo mucha paciencia, como siempre, y fue un profesor muy bueno. Él siempre me acompaña. Una vez que estuvo la película lista fui a verla con él. Su opinión es la única que escucho de verdad.
–En agosto cumplen quince años juntos con Ricardo. ¿Supiste de entrada que era "el" indicado?

–Sí, de entrada supe que era importante. Ricardo tiene una energía muy especial, mucha paz y yo cuando lo conocí necesitaba paz. Me hizo muy bien. Su luz y su sonrisa me impactaron. Es una persona muy simple. Siempre digo que siento que él se encontró, en cambio yo todavía me estoy buscando. A él le toca lo peor [se ríe], aunque creo que ya se acostumbró a esa cosa mía de torbellino. Él me baja a tierra. No me juzga, pero es crítico.

–Además del hijo que tienen en común, ¿qué es lo mejor de estos años compartidos?

–Haber podido crear nuestro propio mundo. Ser nosotros, no construir un personaje y eso te pasa cuando te enamorás. No sabría ponerlo en palabras.

–Él ya era una una estrella del rock y vos de la televisión y del pop. ¿Sentiste algún prejuicio desde su mundo?

–No. Él estaba produciendo un disco de La Renga y lo apoyaban los chicos. Creo que los prejuicios venían de los que no eran de ese palo. Todos somos un poco prejuiciosos y opinamos con liviandad. Yo no tengo redes sociales, pero a veces me entero de cada cosa que ponen... Cuando yo era más chica decían: "Y bueno, ahora quiere cantar, o hacer cine, o hacer ropa"… Pero nunca me preocupé. A los hombres no se les cuestiona si están gordos, flacos, si se operaron, si fueron padres o no, si fueron infieles. Las mujeres deberían ser más solidarias con las mujeres.

–En todo ese abanico de cosas que hacés, ¿qué sueño te queda por cumplir?

–Quiero poder escribir y dirigir algo. Colaboré abiertamente en cada proyecto que participé desde vestuario, dirección o lo que sea. Pero para eso también necesito el espacio.

–¿Más hijos?

–Creo que no voy a tener otro hijo. No es un deseo real. Jamás me lo plantearía desde el lado de darle un hermano, primero porque no es la forma de pensar en traer un chico al mundo y, además, Ata tiene dos hermanas más grandes y una de ellas, Azul, la hija mayor de Ricardo, tuvo este año una beba. Yo puedo con uno.

–¿Qué hacés cuando tenés tiempo libre?

–La jardinería y la repostería son lo que más me gusta.

–Pero tengo entendido que hubo una lasagna que marcó un antes y un después en tu vida.

–[Se ríe]. Sí, sí. Hace años, yo tenía un grupo de yoga en casa y un día un amigo lo trajo a Ricardo, a quien me había cruzado un par de veces. Y nos hicimos íntimos amigos. Charlábamos y charlábamos, pero él no se daba cuenta de que a mí me interesaba. Un día lo invité con un grupo a casa y preparé una lasagna buenísima esperando que se quedara a comer. Pero no lo hizo. Por lo menos se llevó el postre, que me acuerdo que era mousse de maracuyá. Después de eso se dio cuenta. [Se ríe].

La charla sigue un rato más entre anécdotas y risas. Pero el reloj marca que es hora de la retirada: sus hombres están por llegar.