En una entrevista exclusiva, Leonor Benedetto habló de todo con Tete Coustarot y se confesó en sus temas más intimos. Entra y enterate de todo en esta nota de Democracia.
Apartir de la sugerencia de Leonor Benedetto, acordamos realizar la entrevista en la casa del productor televisivo Dani Mañas, en la zona de Congreso. La talentosa actriz llega a la cita luego de grabar la tira “Herederos de una venganza”, donde encarna a la ambiciosa y calculadora Regina Piave.
Luego de los saludos, comenta que se ha echado a correr el rumor de que su personaje en esa ficción será asesinado, y varias personas la han parado en la calle para preguntarle si es cierto. Pero ella no revela la trama; con el característico halo de misterio que rodea su figura, deja entrever que todo puede ser.
Leonor se muestra de buen ánimo y con buena disposición para el diálogo. Sobre sus hombros lleva una ruana de color crudo, de Ceferina, y sus manos se entretienen acariciando el delicado tejido. Toma un café servido por el anfitrión y lo acompaña con pan un casero que ella misma le había regalado. Aunque es una virtud poco conocida, se confiesa una excelente cocinera.
La charla con “Democracia” se desarrolla en un tono intimista, y pese a su locuacidad Leonor nunca pierde su carácter enigmático. Inteligente, “religiosa de ninguna religión”, la actriz de “Rosa de lejos” habla, entre otros temas, de su infancia, de su complicada relación con la fama, de los hombres, del feminismo y de la espiritualidad.
A pesar del respeto que admite tener por lo comercial (“a condición de que se haga bien”), dice que disfruta mucho más con su programa en el cable y con los guiones que escribe, filma y dirige. Al final, no se priva de divertirse posando para la sesión fotográfica, cuyo resultado la muestra tan bella y sexy como siempre.
–Quisiera empezar por tu infancia, que me pintes el cuadro de tu nacimiento… –Me imagino a mí misma como una figura mitológica, yo nací de un río. Tengo imágenes muy potentes. Vivía en una calle que era una cuesta, en Paraná, Entre Ríos. La cuesta hacia arriba me llevaba a la casa de mi abuela, y la cuesta hacia abajo al río.
Una de las imágenes es justamente ese río, que la mayor parte del año era marrón pero había días en los cuales era verde porque estaba lleno de camalotes que bajaban. Era tan consistente esa capa de camalotes que sobre ella andaban animalitos pequeños, comadrejas, nutrias, serpientes.
Mi identificación con eso es muy profunda, al ser una persona que se define a sí misma como no nostalgiosa, porque podría vivir en cualquier parte del mundo. No soy tanguera, no soy futbolera, me da lo mismo el Obelisco, el mate o el dulce de leche.
Alguna vez me han dicho que soy una desarraigada, y yo respondí, al acordarme de ese río y de esos camalotes, que tengo raíces pero que están sobre algo que se mueve. Yo creo que esa movilidad, si bien estamos hablando de algo real, es metafórica para mí, porque de verdad creo en la impermanencia, creo en el cambio constante, y voy viviendo sin pedir garantías.
–¿No te parece riesgoso eso? –Sé que la manera que tengo de vivir es la más difícil. Intentar a cada momento hacer las cosas bien, pero sin saber cuáles van a ser los resultados.
Esto, obviamente, no fue siempre así: creo que es una de las ganancias de la madurez. En mi infancia, en mi juventud y en la primera adultez, he tenido las ansiedades, los apresuramientos y los planes de la mayoría de las personas, pero en este momento puedo decir que mis planes son como bocetos, que según quién los defina podrían terminar en cualquier cosa.
Sin embargo, estoy totalmente segura de que aquello es bueno. Si ese boceto llega a ser terminado por Picasso, va a ser bueno, es mi destino. Es el convencimiento absoluto de que tengo un buen destino viviendo así. De hecho, la que hasta ahora fue mi única película como directora y guionista se llama “Un buen destino”.
–¿Esa impermanencia a la que te referís fue lo que te llevó a dejar el país en su momento? –No, fue algo bastante concreto, algo que también fue una muestra de suprema inteligencia, aunque en ese momento no lo sabía. Fue un ataque fóbico hacia la fama y hacia todo lo que venía con ella. “Rosa de lejos” fue un pico insoportable de popularidad, en el que yo viví, tal vez de forma errónea, todo lo negativo.
Todo aquello que tenía que ver con una vida que no quería tener. Vivir con guardaespaldas, con gente colgándose de los muros de una casa que alquilé en Mar del Plata. Los ofrecimientos irrestrictos de trabajo, la obligatoriedad de grabar un disco, que de hecho grabé cual pecado mortal del que me arrepentiré toda la vida…
–¿Qué cantabas ahí? –No, ¡basta! No te voy a decir (risas). Yo prometo decir la verdad, pero no me humilles tampoco (risas). Por ahí de tanto en tanto alguien aparece creyendo que me hace un homenaje: “Mirá, tengo un disco tuyo”. ¡Dios mío! (risas).
Lo gregario sonaba imprescindible. Hoy mi éxito no está ligado a mi profesión, está ligado al hecho de haber tenido una vida. Haber preservado a mis hijos también, es algo en lo que hoy me aplaudo. Pero en su momento no fue fácil, y no tengo que olvidarme de eso porque lo que hoy es relatado así, alegremente, tuvo costos realmente grandes. No sólo para mí, también para mis hijos, para mi entorno.
–¿Por qué abandonaste alguna vez tu carrera? –La dejé como tres veces, internamente la decisión la tomé. Luego el destino, la vida o Dios me agarraron del cogote como a los gatos y me dijeron: “Vos, acá”. Sigue ocurriendo eso. Mis íntimos son testigos de eso, de mis huidas. De verdad puedo vivir sin el trabajo. Soy de esas personas de las que jamás van a decir que morirán sobre un escenario, nada más lejos de eso.
Puedo tranquilamente no subirme más a un escenario, no ponerme delante de una cámara nunca más, y no va a pasar nada de todo eso con lo que te amenazan.
–Pero algo te debe llevar a volver a trabajar, porque estás totalmente vigente como actriz. –Eso es bastante notable, porque desaparezco cinco años, cuando me fui a España desaparecí diez, y cuando vuelvo es como si viniera a ocupar un lugar que nadie ocupó. “El que se fue a Sevilla perdió su silla” no corre para mí. Debe ser también porque no es un plan, ocurre. Además, tengo dos carriles paralelos en mi carrera.
Uno es el claramente comercial, y no lo digo peyorativamente porque soy respetuosísima de lo comercial, a condición de que se haga bien. Y otro es ese que no da un mango, el de mi programa de las cartas por Canal A, los libros que escribo, que todavía hay gente que se atreve a editarlos.
Las películas, las series que escribo, filmo, dirijo. Son cosas que tienen que ver con una necesidad imperiosa de expresión, pero que no son comerciales. Los otros días me dijeron que habían vendido “Rosa, violeta y celeste” a Mendoza, y que la habían pasado y había hecho como 15 puntos de rating, y para mí fue como haber ganado el campeonato mundial, y me tocaron 50 centavos de eso nada más. No me importó.
No soy hipócrita, me hubiera encantado ganar dinero, pero no fue así e igual lo disfruté. Eso sí, es parte de mi background como persona.
–¿Qué le pasa a una actriz cuando crece mucho como persona y la profesión no le va a la par? Sobre todo en nuestro país, porque por ahí en Estados Unidos o en Europa podés encontrar algo que te complemente o te guste hacer…
–A veces miro los reportajes del Actor’s Studio y lloro. Y me cago de envidia y me digo: “Bueno, me tocó esto, ¿cómo hago para lidiar?”. Cuando decís que cada cosa debería ser mejorada y como respuesta te muestran las planillas del rating, o cuando comentás que la función salió mal y te contestan “Estaba la sala llena, dejate de joder”, esa no persecución de la excelencia a mí me cuesta mucho.
En el ejercicio de la profesión en sí, si bien soy como un lobo estepario, tomo cada escena de la tira y me juego la vida, realmente lo hago. A lo mejor hay gente que lo nota y gente que no, pero yo lo hago por mí. Para responder a tu pregunta, es uno de mis trabajos internos más difíciles, porque no puedo decir “sí, adoro lo que hago”. Soy muy crítica, todo el tiempo.
Entonces debe ser por eso que busco el otro carril, el paralelo, ese donde estoy segura cuando algo está bien, y lo muestro, lo tiro al universo. Evidentemente no cae en saco roto, porque la gente en la calle me dice que haga de nuevo, por ejemplo, el programa de las cartas.
–Si te comparamos con una actriz de tu edad en Estados Unidos, Meryl Streep por ejemplo, tiene muchas más oportunidades de que le lleguen guiones buenos que vos viviendo acá. –Si me tengo que comparar, sería con Susan Sarandon.
–Sí, es un buen ejemplo. Bueno, ella tiene más oportunidades de que le lleguen cosas acordes a su sensibilidad e intelecto en esta época de su vida. –Es así, y toda esta cuestión de carencia cualitativa me hace querer ahora dedicarme a pasar el mucho o poco conocimiento que tenga a la gente más joven. En este momento no se me ocurre nada mejor y más sagrado que eso.
–¿Cómo te ves como maestra o guía de la gente más joven que quiera meterse en la profesión? –Primero los ayudaría a encontrar ese elemento que debe ser desarrollado en sus personalidades. Todos tenemos capacidades especiales y extraordinarias. Pero el molde de la sociedad es tan estricto y tan estúpido. Aún hoy los padres les siguen diciendo a los hijos que si son actrices o actores se van a morir de hambre, ni hablar de si sos pintor o escritor.
Todo lo que tiene que ver con la creatividad innata del ser humano, que es la única posibilidad de elevarse que tiene, es abortado sistemáticamente por la sociedad. Entonces ahí ya empezaría mi trabajo, el trabajo de convencer. Porque si sos un médico de barrio y tenés sólo dos pacientes, nadie lo va a ver mal, porque sos doctor.
En cambio el actor debe tener éxito, es lo que te legitima. ¿Cómo vas a ser escritor si no sacaste un libro conocido? ¿Cómo vas a ser pintor y no vas a exponer en algún lugar bueno? Esto no es posible, en la cabeza de la gente eso no funciona. Y es una pena, porque de verdad ese es el camino que tenemos para rescatarnos como seres humanos.
Es mucho más fácil encontrar solidaridad para que el otro crezca en el área de la creatividad que en el área de los trabajos administrativos. Personalmente, creo que hay tres oficios de los cuales la humanidad no podría prescindir, y son el que cura, el que enseña y el artista. El resto no son imprescindibles. ¿Qué significa ser un representante, o un secretario? Significa nada. En cambio, creo que la humanidad ha llegado a ser lo que es por estas profesiones que no son reemplazables. Por eso lo que yo quiero de ahora en más es transmitir conocimientos, el tiempo que sea.
–¿Y a vos qué fue lo que te empujó a ser actriz? –En realidad, mi memoria me dice que la que se dio cuenta de eso antes que nadie fue mi madre. Mi madre no era mi favorita entre los dos, yo tenía un enamoramiento irracional con mi padre, y él conmigo. Fue raro, porque ella, que era bastante rígida, no demostrativa, de buenas a primeras me empezó a empapar de todo el conocimiento creativo, en contra de la opinión de mi padre.
Yo empecé dos carreras universitarias, Filosofía y Medicina. También había empezado el Conservatorio y cuando dejé mi papá estuvo cinco meses sin saberlo, y mi madre al mismo tiempo avivaba el fuego de todo eso. Siempre estuvo muy tranquila respecto de que a mí me iba a ir bien haciendo esto, y no teniendo una farmacia.
–¿Cómo eran tus padres? –Mi padre era una especie de Leonardo Da Vinci, que construía casas, autos, lo digo literalmente. Corrió carreras con los autos que fabricaba y todo. También cocinaba, era un disfrutador de la vida. Y mi madre era una esteta insoportable que hacía que, aun en los vaivenes económicos que pasó la familia, siempre viviéramos en ambientes tan hermosos que hasta producían emoción.
Siempre fue medio distante, nunca se entregó afectivamente. En la época en la que las nenas iban a los cumpleaños y les ponían a lo sumo unos repollos blancos o rosaditos, mi madre me ponía unos vestidos marrones hasta la mitad de la pierna con moños verdes. Dios mío, que mal la pasaba… ahora lo recuerdo y digo que eran una maravilla, pero en ese momento era un escándalo. Esa fue mi madre, la que fue sembrando esto, y jamás le estaré lo suficientemente agradecida. Eso tardé en verlo. He sido lenta en unas cuántas cosas.
–Qué problemas trae ser mujer fuerte? –Todos. Creo que el hombre más evolucionado siente que tiene que ver con el más boludo de los hombres antes que con la mejor de las mujeres. Obviamente, como es inteligente, dice “no debo”, pero se le va. Es costosa la relación. Hasta ahora no lo he logrado, he mentido muchísimo en mis relaciones, de una manera salvaje.
–¿En cuanto al “te amo”, “yo también”? –Sí, en cuanto a eso y también en cuanto a quiero esto o lo otro. He hecho cosas que hoy en día me avergüenza confesar. Con alguno de ellos he llegado a esconder los libros que leía, porque se burlaba. “Andá, ¿qué estás leyendo ahora? ¿Física cuántica?”, me decía. Esto es literal. Entonces decidí esconder los libros, porque simultáneamente tenía 40 pares de zapatos. Entonces eso era lo que no podía ser, porque yo no era Simón De Beauvoir. ¿Cómo es que esta loca lee física cuántica y tiene 40 pares de zapatos? Tengo la imagen todavía, que algún día la voy a poner en una película, de uno de ellos abriendo un cajón y tirando los zapatos por el aire gritando: “¿Qué es esto?” (risas). Pobre gente, yo no los culpo, porque no soy cuadradita. Si fuera una chica de gafitas que va a la facultad y a conferencias, es más fácil de entender. O todo lo contrario, les resulta más fácil a los hombres. Porque a mí no se me acerca el verdulero.
–¿Qué pasa cuando se te acerca el verdulero? Porque te debe haber pasado algunas veces. –Sí, el señor del parque recién (risas). Yo sé que no puedo. Recuerdo una vez que Chiche Gelblung me preguntó qué pasa si te enamorás de un pendejo. No me gustan los pendejos. Si son de vivir inútilmente, me recontra aburro con un pendejo. Entonces, menos de 40 o 45, abstenerse. Y si a esa edad un tipo no sabe lo que quiere, no puede interesarme. ¿De qué vamos a hablar a la noche?, ¿de los nabos? Entonces se acercan los poderosos, pero se da un fenómeno bastante curioso.
Estoy hablando de los poderosos económicamente, porque de los poderosos sobre sí mismos, directores de orquesta por ejemplo, me enamoro perdidamente. Pero los poderosos con dinero, ellos creen que tienen que rescatar a las mujeres de algo, y si a vos no te tienen que rescatar de ningún lado, cagaste. Rescatarte en todo sentido, económicamente, culturalmente, socialmente.
–Se sienten contenedores. –Necesitan serlo. Es ancestral esto, pobre gente, no tiene la culpa (risas). Yo creo que las que hemos trastocado el orden de la historia fuimos las mujeres, somos infinitamente más responsables que los hombres.
La naturaleza nos pide que nos reproduzcamos, nada más. El quilombo lo hemos armado nosotras queriendo un avance, que además, como toda revolución, aunque la de las mujeres es la única no cruenta de la historia, fue violenta. Pensá que desde 1890 a 2011 ha pasado lo que ha pasado… ¿quién aguanta eso? Hay que tener unas neuronas muy grandes para saber que ese otro es un igual. Hay que tomar conciencia, ayer escribí esto justamente, de que necesitamos a los hombres para llegar a donde queremos llegar.
Por ejemplo, Estados Unidos tiene un presidente negro por primera vez porque lo apoyaron los blancos. Los homosexuales están teniendo sus derechos porque los apoyaron los heterosexuales. Y las mujeres necesitamos de los hombres, y seguimos planteando un encontronazo, y así no vamos a lograr más lo que queremos. Y no queremos nada en realidad, lo que queremos es ser tratadas como personas iguales y a la vez vivir con un hombre.
Nada más lejos en mi vida que despreciar la compañía de un hombre, lo que pasa que ya tengo un margen de negociación muy estrecho por lo que te dije antes, he mentido mucho y no quiero resignar más mis ideas ni mi inteligencia. El que esté a mi lado tiene que estar contento con su vida, porque los que carecen de eso terminan por esconderme o exhibirme.
Un día soy un auto último modelo y al otro no quieren que me vean porque los éxitos de ellos la gente me los atribuye a mí. Eso me resulta muy difícil. Lo que no me resulta nada difícil es atraer. Soy como esos accidentes de la ruta que te parás a ver porque te atraen, y después seguís y decís “menos mal que no me pasó a mí” (risas). Cuando se enteran de cómo soy de verdad, la pobre gente no quiere estar conmigo.
–¿Te pasó siempre eso? –Casi. –¿O sea que la mayoría de las veces te dejaron? –¡Ah, sí!, me han dado unas patadas… (risas). –¿Pero vos preparaste el terreno o te tomaron de sorpresa? –No, de sorpresa no me toma nadie. Tiene que ver con lo que te dije antes, ¿hasta cuándo voy a seguir mintiendo? El episodio de los zapatos y los libros es real. Entonces me pregunto si vale la pena seguir así. Obviamente, si este hombre descubrió los 40 pares de zapatos fue porque yo se los dejé ahí.
–¿Te sentís una referente en esto de poner a las mujeres en el mismo nivel de los hombres? –No puedo sentirme una referente. Pasa con el feminismo, pasa con la izquierda, como pasa con el cristianismo. Cosas que en su origen fueron nobles, pero con el correr del tiempo se tornan ríspidas para la gente, se trastoca el origen de esa ideología y se convierten en cosas desastrosas.
El feminismo es una propuesta absolutamente restrictiva, clasista. Que vaya una mina que vive en la villa a decirle a un hombre que ella no le va a servir la comida, que se la sirva él. La caga a trompadas. ¿Y sabés una cosa?, tiene razón. ¿Por qué está infectado Africa de sida? Porque las mujeres no se atreven a poner un preservativo, porque si lo piden el tipo cree que le están metiendo los cuernos. Y ante eso, las feministas de Estados Unidos dicen que es relativismo cultural y no se pueden meter.
Yo no puedo adherir a eso, es una cagada. Como la izquierda, en lo que se ha convertido es una cagada, y mi corazón es de izquierda. Pero si yo miro a los referentes de izquierda que hay en este momento en el mundo, más en este país, tengo que salir corriendo. Cada vez que veo a las mujeres con los chicos, con las bolsas, con las terribles panzas de embarazada, el corazón se me acelera.
Es un estigma, es la vida de las mujeres. Y lo único que hace falta es un hombre que entienda eso. No sé exactamente lo que soy. Estoy a favor de todo movimiento minoritario que exista sobre la tierra, pero si me preguntás si adhiero a esta especie de cúpula feminista que hay en Estados Unidos te digo que no, no es así, no es la forma.
–Tenés un blog con esa temática, donde escribís para las muchas mujeres que ingresan. ¿Qué les decís para que tomen tu camino? –Creo que la belleza es imposible sin salud, la enfermedad espanta, no produce atracción. En cambio si estás sano… en mi libro digo que una mujer que huele a rosas, con una camisa impecable, el pelo brillante y de buen humor, es atractiva tenga los años que tenga y pese los kilos que pese. Creo que, de todas esas cosas, lo más difícil es estar de buen humor, eso depende de uno nada más. Creo que la mayor receta de belleza es gratis, y es la higiene. El pelo, la ropa, todo.
–¿Y en todo esto cómo juega lo espiritual? –Para mí es un misterio, porque hay gente que busca y gente que no. No lo sé. Es como un germen, una pizca del adn de cada uno que hace que algunos se queden a mitad de camino y otros avancen. Todas las religiones dicen que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que no hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti.
Son recetas en apariencia sencillas, pero difíciles de llevar a cabo. Si no te querés convertir en los loros que repiten slogans heredados, es muy difícil. Es muy difícil ser compasivo, paciente; yo soy mucho más compasiva que paciente, aunque con la gente indisciplinada, desordenada, no soy muy compasiva.
Me considero muy espiritual, muy religiosa de ninguna religión. Practico una espiritualidad laica, que obviamente también me hace chocar en algún momento, pero lo tengo que aceptar. Busco la excelencia en la vida y servir en algo a los demás, sobre todo a los que tengo cerca.
–Tenés cerca a dos personitas en tu vida, y se llaman… –Olimpia, que tiene 3 años, y Matilda que tiene 1. Son mis nietas, y muy sorpresivamente, apareció con ellas algo que era desconocido, que es la sensación totalmente concreta de que tengo un rol en sus vidas. Y no es el de la abuela que les compra los caramelos que los padres no les quieren comprar; es el convencimiento de que si efectivamente soy lo que creo que soy, y lo que los demás dicen que soy, tengo que ser más sabia que sus padres, que son mis hijos por otra parte, y que están ocupados en cosas de la edad que tienen.
Entonces tengo que darles a estas niñas lo que sus padres no pueden darles, por capacidad y por amor. Eso sí fue sorpresivo, porque los he cargado toda la vida a mis hijos con que no esperen que yo se los cuide, y ahora si pasan cuatro días sin que la de España me llame por teléfono, o una semana sin ver a la de acá, tengo que reordenar el universo.
Todo eso es nuevo para mí, porque nunca extrañé a nadie. Voy a decir una cosa que va a sonar horrible, pero hoy extraño a Olimpia y no a mi hija. Están llegando en quince días y estoy con el corazón a mil.
–Leonor Benedetto, muchísimas gracias, ha sido un placer. –A vos, Teté.