Las risas se sienten mucho antes de tocar el timbre. Entonces la puerta se abre y enseguida se descubre una escena que retrata la cotidianidad de un día cualquiera, un cuadro típicamente familiar en la vida de Araceli González (43). En la mesa del comedor de un luminoso departamento –en el emblemático y remozado edificio Tourbillon, con la mejor vista a Playa Grande–, su hija Florencia Torrente (22) comparte un mate con dos amigas y Fabián Mazzei (44), actor y pareja de la actriz desde hace tres años. Las tostadas, el café y una notebook prendida marcan el inevitable encuentro después de un día de sol. “Por lo menos una vez al año hacemos una escapada, un viaje para estar todos juntos”, dice Araceli. Su hijo Tomás, Toto, de 12 años, va y viene a Buenos Aires, ya que alterna sus días con la mamá y con su padre, Adrián Suar.

Esta vez el encuentro familiar tiene que ver con su regreso a las tablas de la mano de Manuel González Gil en la versión teatral de la popular película Cuando Harry conoció a Sally, la obra con la que debutó en la temporada de verano de Mar del Plata. “Para mí es una experiencia nueva, porque siento que realmente no soy un bicho de teatro. Pero me gustó la propuesta y, por otro lado, tenía ganas de subirme al escenario y volver a sentir esa adrenalina y vértigo de estar tan expuesta. Es increíble, pero al segundo que recibís el aplauso del público y de tu familia, los nervios desaparecen.” El reportaje con la madre y la hija sucede casi naturalmente.
–¿Se llevan mejor desde que Florencia vive sola? ¿Se ven menos?

Araceli: Sí, nos vemos menos. Pero cuando nos encontramos, los momentos son más intensos. Flor está en la búsqueda de un montón de cosas. Es muy inquieta, siempre está queriendo evolucionar en su carrera, y me encanta que tenga la curiosidad de incursionar en otros caminos.

−Parece que hay poca diferencia generacional entre ustedes…

Florencia: Pero la hay… Somos madre e hija, las dos jóvenes, eso sí. Siempre fuimos compañeras, tenemos una relación muy relajada. No es que a una determinada edad nos empezamos a acompañar más. Ella me tuvo de muy chica y eso hizo que transitáramos muchas veces el mismo camino. Crecimos juntas en todo sentido.

Araceli: Las distancias, los viajes, las separaciones y el sufrimiento no nos distanciaron, sino que nos unieron más… Creo que no hay nada ni nadie que pueda separarnos.

–¿Qué actividades comparten?

Florencia: Cuando estamos tranquilas de horarios, aprovechamos y hacemos  yoga, vamos al gimnasio…
Araceli: A veces Flor pinta y yo me engancho y me pongo a pintar con ella. También nos gusta mucho la cocina, pero eso ya es de familia. Somos de las que organizamos una buena cena para los amigos. O a veces lo hacemos sólo para nosotras.
Florencia: Una vez me acuerdo de que Toto había salido con Adrián, su papá. Y como yo estaba sola en casa, se me ocurrió armarles una comida a mamá y a Fabián. Monté todo, les puse velas en la mesa y después me fui a mi cuarto.

Araceli: Fue maravilloso. ¿A quién no le gusta que le cocinen y le produzcan el momento?

−¿Qué cosas definitivamente no pueden hacer juntas?

Araceli: Hay películas que nunca las voy a ver con Flor.

Florencia: Yo no cuento con mamá para subirme a una montaña rusa. Ella sufre desde abajo. Y sí, con las películas siempre disentimos: a mí me gusta el cine dramático y fuerte. Mamá prefiere las de amor y el cine francés, que a mí me aburre.
−¿Cómo se definirían mutuamente?

Florencia: Mamá es la mujer más normal del mundo. Es hipersensible, se rompe el lomo laburando y toda la vida fue igual. Por su esfuerzo y su trabajo está donde está hoy. La admiro mucho, es así, y creo que está bien decirlo. Defiende los valores del amor y la familia.

Araceli: Flor es una artista nata, ama todo lo referente a la música, la pintura, la fotografía, el baile. Le pone mucha pasión a lo que hace, y siempre tiene una zanahoria delante y un emprendimiento nuevo. También es muy independiente, y no necesito estarle encima. Ella siempre me sorprende y de repente avisa: “Ah, mamá, hoy inauguro una muestra de cuadros en Palermo Soho”.

−Compartirán problemas y preocupaciones…

Araceli: Sí, claro, no todo es rosa. Y no siempre nos llevamos de mil maravillas: las dos tenemos un carácter bastante particular… [Risas.]

Florencia: De repente la veo a mamá y sé que anda con algo en la cabeza, pero no siempre es el momento ideal para preguntarle, ¿me explico?

Araceli: Yo soy muy explosiva, muy impulsiva, y ella no se queda atrás. Ella es de enfrentarme y yo soy pechito caliente, y a veces estamos complicadas. Pero baja la energía y entonces podemos compartir dramas y felicidades. Compartimos todo, pero jamás competimos. La competencia no existe entre nosotras.

Florencia: Yo tiendo a ser más reflexiva, pienso mucho las cosas. Así que cuando estoy conflictuada, primero ordeno mi cabeza y, una vez que tengo en claro qué es lo que me pasa, le hago el planteo a mamá.

Araceli: Para cuando me viene a hablar, yo ya sé todo. [Risas.] Yo me la banco calladita, la observo, veo sus movimientos, hasta que llega el momento de la charla. En casa somos muy espontáneos y estamos acostumbrados a compartir lo que nos pasa. Si bien cada uno tiene sus reservas y respetamos eso, todo se expresa: las sensaciones, las emociones… Lloramos, nos enojamos, nos peleamos. Me gusta observarlos a Flor y a Toto y aprender de sus silencios. Ellos creen que una está siempre en una nube de p…, pero no es así. Hay una comunión entre mis hijos y yo que me parece fundamental para la vida tan expuesta que llevamos.

−¿Sufriste cuando Florencia se fue a vivir a Nueva York hace unos años?
Araceli: Sí, fue una linda contractura de nueve meses. Pero yo también estaba en un momento delicado de mi vida, venía de separarme de Adrián.

−Hoy, que cada una tiene su casa, ¿qué extrañan?

Araceli: El ruido. Cuando Flor vivía con nosotros, la casa siempre estaba llena de su música, se escuchaba por todos lados. Sabías que estaba Flor por su particular manera de caminar, muy fuerte, haciendo ruido con los tacos. Ella hacía sentir su presencia. Siempre armaba cosas con los amigos. Ahora, cuando Toto se va con su papá, le digo a Fabi: “Prendamos la tele, por favor, porque este silencio hay que remontarlo”. Ellos son la vida de la casa, el alma.

Florencia: En mi caso, lo que más extraño son las largas charlas con mamá. Yo podía estar encerrada en mi cuarto todo el día y, en algún momento de la noche, me iba a su habitación, me metía en su cama y nos la pasábamos hablando durante horas.
−¿Hablan de hombres?

Florencia. Sí, obvio. Esas son las charlas de las tres de la mañana. Igual, mamá nunca fue de decir: “Ojo que los hombres son así y asá”. Sabemos que cada relación es diferente y no hay ningún hombre igual al otro. Con los hombres somos exigentes y nos gusta que nos respeten.

−Araceli, ¿cómo estabas cuando te encontró Fabián?

–Creo que me encontró en un buen momento, ya estaba más plantada como mujer. Tenía las cosas más claras y eso me permitió abrirme para conocerlo. Mis hijos son muy importantes en mi vida y tener una nueva relación con una persona que conviviera con nosotros, para mí fue muy difícil. En ese sentido, soy muy respetuosa de los tiempos de mis chicos… pero el encuentro tenía que ser, evidentemente. Fabián es una persona muy tranquila, muy relajada, ama a mis hijos y me respeta mucho como mujer. Después de los 40, una busca una relación más amorosa, más encajada y bien fortalecida.

–¿Y vos, Flor? ¿Cómo estás?

– Yo aprendí a estar sola, a disfrutarlo y a darme cuenta de que está buenísimo. Aprendí a convivir con el silencio. Y ahora se hace difícil involucrar a otra persona a mis espacios, a mis tiempos, pero eso es otra historia.
REVISTA HOLA, 11/01/2011