A poco de cumplir los 50, con la serenidad que dan los años, y el tiempo necesario para, de alguna manera, detenerlo y repasar sin apuro el camino, Gabriel Corrado comparte que "muchas veces me busco en 'mi niño' para no perder la energía que tenía cuando era chiquito.

Siempre fui muy alegre, vital, muy de tirar para adelante, de ayudar a mis viejos y a mis hermanos. Siempre intenté resolver los problemas de los demás y trato de encontrarle una vuelta esperanzadora a todo, casi como un ejercicio. De chico quería ser actor, pero me anoté en Medicina porque tenía y tengo un fuerte espíritu de cuidado".

¿Con vos lo aplicás? A veces la omnipotencia te lastima, no duele en el momento, pero después se siente. Siempre fui muy mascarón de proa de mi familia, un siciliano que sale a defender a su gente.

Nacido en Buenos Aires el 12 de diciembre del '60, en una familia de clase media de Villa Pueyrredón, cuenta que "más de una vez me agarré a las trompadas.

Y no por cancherear, pero me he ganado un lugar en la calle, en el barrio. Un día, como a los 9 años, estaba jugando al fútbol y un chico del otro equipo me cantó dos goles seguidos al oído. Hice un gol y cuando nos pusimos 2 a 2 le grité otro en la cara y él me metió una piña en el estómago. Cuando quise defenderme nos separaron.

Al día siguiente lo esperé varias horas sentado en el umbral de su casa y cuando llegó le pegué... No era patotero ni mucho menos, pero me había comido una mano y no había podido devolverla". Lejos de agitar la violencia, la anécdota lo pinta como "un pibe al que le gustaban las cosas justas". Wing derecho en las canchas dibujadas "de la vereda o en el campito de la estación, no hacía jueguitos, pero era goleador". Hincha de River por herencia y elección, señala que su padre jugó en la Reserva, como un 5 "de los de antes y entrenaba con (el gran Amadeo) Carrizo".

Vecino del 'Toti' Veglio -ex delantero de San Lorenzo y Boca-, el fútbol también le regaló un apodo: "Me decían Doval...

porque de pendejo me parecía al 'Loco' (crack del Ciclón)".

Frente a una ensalada caprese y un té digestivo -liviandad que le permitirá retomar su seguidilla de escenas en Malparida (a las 21.30, El Trece)-, reconoce que, en el plano de la seducción, "de chico me iba bastante bien... Siempre fui muy Romeo. Nunca me creí lindo. Me sentía simpático, entrador, reo. Aprendí mucho de mi hermano Guillermo (Fernando es el menor de los tres Corrado), que es más intelectual. Yo era más de acción, pero de él tomé la sutileza".

Y recuerda, a modo de 'perlita' de sus conquistas, el día que le susurró a su mujer una estrofa de Sería fantastic, el tema catalán de Joan Manuel Serrat. Ahora, en el bar de Colegiales, repite en español aquello de 'Sería todo un detalle, todo un gesto por tu parte, que coincidiésemos, te dejases convencer y fueses como yo siempre te imaginé'. O "el día en que, en el '86, la llamé desde un teléfono público de la Plaza de Toros de Madrid (en un concierto del 'Nano')... Le hice escuchar Penélope en vivo. Hacía poco que estábamos de novios: cuando la conocí, ya tenía los billetes para irme de viaje con mi mejor amigo, por Estados Unidos, Medio Oriente y Europa".

Padre de tres hijos -Lucas, de 20, Lucía, de 18 y Clara, de 12-, cuenta que "fue a la vuelta de ese viaje que le dije a mi psicoanalista que ya había descubierto mi camino. A esa altura ya había abandonado Medicina -dejó en segundo año- y vendía ropa con mi amigo. Me busqué un representante y enseguida me eligieron para Quiero morir mañana". De todos modos, fija su debut cuatro años antes: "Fui de oyente a una clase de teatro, quedé alucinado, me sumé al grupo, que se llamaba TEA y a fin de año nos fuimos de gira por el Valle de Punilla con una obra para chicos, Un camino hacia la imaginación...

Hacíamos base en la cumbre, con mucha mística.

Jamás me voy a olvidar de la primera función, en un teatrito de la Biblioteca de La Falda. Ese día sentí que hacía lo que siempre había querido".

Tal vez ese día se acordó de la noche de un martes del '72, frente al viejo televisor blanco y negro, junto a su madre, viendo Rolando Rivas, taxista: "Le dije 'cuando yo sea grande voy a estar ahí'. Yo iba a un colegio de curas que le daba mucha bola al arte y la profesora de francés nos hacía practicar el idioma con escenas de obras clásicas. Y en los actos escolares hice, por ejemplo, de príncipe y de Louis Armstrong".

Ahora, dueño de una productora -CTV- que genera contenidos televisivos para distintos países, decidió volver a la pantalla chica, tras cuatro años volcado al cine. Después de haberle puesto su mirada celeste a los galanes de Amándote, La extraña dama, Perla negra o Chiquititas, se animó a hacer el primer villano con continuidad de su carrera. Con su odiado Almirante, "sumarme a Malparida fue como entrar a jugar en el Inter", en una figura que resume dos de sus sueños de niño, ése en el que se busca seguido.